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El destino de Sir Arthur

A una de las muchas posadas que jalonan el Camino Real, entra un aventurero de cuya cadera pende un ajado látigo. Fuera llueve a mares. Apoyado en la barra, despreocupado de los gruesos goterones que caen sobre ella, pide una cerveza caliente y se gira hacia la estancia para examinar a los parroquianos. De entre el grupo de granjeros, buscavidas y demás seres insignificantes, uno le llama la atención. Junto a la chimenea hay un caballero vestido con armadura plateada, la mirada perdida en el tiempo, apoyado abatido sobre las rodillas, que charla con pesar con otra persona de lujosos ropajes. Le pregunta al posadero quién es el distinguido soldado sentado frente a la lumbre.

- Su nombre es Sir Arthur, de la guardia del Rey. Todas las noches viene, pide una jarra de vino, se sienta junto a la chimenea y le cuenta sus penas a quien quiera escucharlas, que no suelen ser muchos.

- ¿Y qué penas son esas? - pregunta el recién llegado.

- Acercaos y oídle. No hace demasiados minutos que atrapó a ese pobre comerciante de sedas. Seguro que aún se encuentra detallando los prolegómenos de su historia.

El aventurero coge su vaso y se sienta en una mesa adyacente, abstrayéndose del bullicio que le rodea mientras se concentra en el relato del caballero.

- Si hubiera sabido que todo acabaría así... Ya con ese ridículo nombre que tenía, tendría que haber desconfiado. Un nombre raro para una princesa. No podría haberse llamado Lady Juliet o Lyanna, no. Pero bueno, me la arrebataron de entre mis brazos justo cuando íbamos a dar rienda suelta a nuestro amor y no me quedó otra que lanzarme tras ella sin pensarlo siquiera. Tuve que recorrer todo el maldito reino encantado, ensartar con mi lanza a decenas de muertos vivientes, esquivar las llamas del infierno, enfrentar en buena lid a ogros gigantes de piel verde y pálida armadura, engañar a magos, superar abismos sin fondo... Y al final, la rescaté. Lo peor había pasado, pensé mientras la besaba y el amanecer comenzaba a despuntar sobre la tierra exorcizada, con los rayos de sol deslizándose por las rendijas de la fortaleza de Lucifer. Cuan equivocado estaba... Apenas una semana duró la luna de miel. Esos días fui feliz, no puedo negarlo, pero demasiado pronto comenzaron las discusiones, las peleas, la desconfianza, la pérdida del respeto que nos teníamos... Tuve que volver a trabajar y cumplir con las misiones que el Rey me encomendaba y que a veces me ocupaban más tiempo del que debería pasar fuera de casa un hombre casado, lo reconozco, pero no era de recibo que tras estar varias jornadas eliminando trasgos de la Vaguada del Arroyo Negro, me recibiera con el ceño fruncido y los brazos en cruz, negándome un mísero beso con el que inflamar mi corazón. Y pese a todo, aguanté. Lo suficiente para que, una mañana, tras desayunar, me dijera que se iba con otro, un rico comerciante de sedas que había conocido en el mercado, dos meses atrás.

En ese momento el interlocutor de Arthur palidece mientras a su espalda alguien intenta, a duras penas, aguantar una carcajada. Debe de ser su día de suerte, pues el caballero mantiene la mirada fija en las crepitantes llamas y continúa su retahila, ignorante de la profesión de a quien le habla.

- Juré que mataría a ambos. Corrí hacia el desván, abrí el cofre donde guardaba armadura, escudo y lanza, y bajé las escaleras hecho una furia, cegado por el odio. Por desgracia, tropecé no sé muy bien cómo, caí rodando y me golpeé la cabeza contra el reloj del salón. Cuando desperté, me encontraba en ropa interior, desaparecidas armas, armadura, las malas ideas que rondaban mi cabeza... y ella. Se había marchado. Si lo llego a saber... claro que tampoco podía haberla dejado en manos de aquel demonio, ¿verdad? Amante o traidora seguía siendo un ser humano necesitado de ayuda... Aunque igual no le hubiera puesto tanto empeño. Y, desde luego, la segunda vez me lo hubiera pensado mejor.

El aventurero apura de un trago su bebida y se levanta dejando atrás al pobre caballero, que comienza a sollozar de forma patética. Fuera sigue lloviendo, pero hay trabajo que hacer y en el horizonte se dibuja la silueta de un siniestro castillo abandonado.

* Relato enviado al Tercer Concurso de Retrorelatos de Retromaniac Magazine.
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